08 enero, 2015

Soñar no cuesta nada

Soñé que lo veía y que él me veía a mí. Soñé que nos quedábamos parados uno frente al otro, sin decir nada y rodeados de un montón de gente, porque gente siempre hay. Me consternaba tanto verlo ahí, frente a mí, después de tanto tiempo, que ni una sola palabra pudo salir de mi boca. Él tampoco dijo nada. Gracias al mundo onírico pude mirarlo detalladamente. Sus brazos, su pecho, sus ojos. Fue gracias al sueño, lo sé, porque despierta nunca lo miré tan bien. Al sumergirme en su mirada hallé las frases que nunca escuché y en el estremecimiento de su cuerpo vi los abrazos que nunca me dio. Quería decirle algo, lo que fuera, pero mi garganta no emitió sonido alguno.
Él también quería decir algo y tampoco hablaba. Al final dejamos de mirarnos, intercambiamos una sonrisa de comprensión y nos dimos la espalda para perdernos entre la muchedumbre que no existía, pero estaba.
Cuando desperté quise saber de él, estuve a punto de escribirle un mensaje, pero de nuevo me atacó esa sensación del quiero pero no quiero. Al final decidí sólo hacer esta entrada.

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